11.9.06

Carta de una hija

BS'D
Silvina Faiberg nos envió una carta que le escribió a su mamá en abril de este año.

Querida Mamá:

Desde pequeña me hice muchas preguntas acerca de mi judaísmo: ¿Por qué soy judía? ¿Quién lo es? ¿Por qué nuestro pueblo pasó por cosas tan terribles y tan maravillosas? ¿Cómo lograr una verdadera continuidad y evitar la asimilación?
¡Recuerdo cuando por primera vez me enteré que era judía!... con un libro para pintar en las manos te pregunté qué era esa “casa con una cruz”. Me explicaste que ahí, concurrían muchas personas, pero que no nosotros. No era mi lugar. Yo era judía.

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Al empezar la escuela, me contaste sobre lo que ciertos alemanes nos habían hecho, los niños que murieron y toda esa crueldad tan increíble para mí como lejana... De todos modos, eso… era parte de la historia. No había nada que temer, me autoconvencía.

Pero… ¿Te acordás? A los pocos días de empezar la primaria, de pronto, empezaron las diferencias. Mis compañeritos preguntaban muy desafiantes quién era judío, y yo llegué a tener un miedo de contar que lo era. Igual, ¿en qué podía notarse?, me autoconvencía.

A medida que fui creciendo, empezó mi pasión por la lectura y fui encontrando más y más información. Una vez, me regalaste un Hai, remarcando lo importante que era para nosotros el valor “vida”. También nos llevaste a los grupos del templo de Libertad. Ahí aprendí mucho, recuerdo los cálidos atardeceres de los sábados, cuando nos reuníamos en una gran ronda, donde vos siempre me esperabas. Cantábamos todos juntos la havdalá.

Fue cuando estaba en sexto grado... me esperabas a la salida de la escuela y, al encontrarnos, ví en tus ojos el horror: “¡Habían volado la Embajada de Israel!”.
Yo todavía no entendía bien por qué pasaban esas cosas. Con apenas once años, creo que esa, fue mi primera “marca”. Era como aquella “historia de los nazis” que me habías contado…pero ahora…

Al tiempo, visitamos Israel a pura emoción. Cada piedra, cada lugar, cada comida, cada persona tenía su historia, tenía nuestra historia. Lloramos al llegar al Kotel cantando “Jerusalem de Oro”.

Volvimos ese año fuertes, con mucho “sentimiento”, con los más lindos recuerdos y canciones. Pero luego, estalló la AMIA. Esta vez fue peor, los muertos ascendían a 86. La historia de Jacobo fue un milagro de supervivencia, y lloramos su muerte días más tarde. No había más esperanza.

Desde entonces, todos los años, con el frío más crudo del año, con ese frío de muerte instalado en la calle Pasteur, fuimos en reclamo de justicia. A veces, vos no podías ir, pero mirabas atenta el noticiero y la convulsión que se armaba en nuestro barrio cada 18. Esos días, a mi judaísmo lo ejercitaba, aplaudía, con la misma fuerza que ponía para retener las lágrimas….. pero el enojo era grande.

Ya en la escuela secundaria, pedía permiso para ir a los Actos. Y seguía, una vez más, siendo y sintiéndome diferente.

Vos siempre nos contabas el “milagro” de la supervivencia de nuestro pueblo, ¿te acordás? De nuestros sabios, tu querido Freud, mi admirado Einstein…
Durante mi primer año del secundario, una vez, había que elegir un “personaje” digno de admiración. Mis compañeros elegían a Olmedo, a alguna cantante conocida. Yo, elegí a Einstein. No sé si realmente lo admiraba, sólo sabía que era judío, y eso, era suficiente: Él, me hacía recordar qué era.

Empecé esta carta contándote que de chica me hacía muchas preguntas: “¿Por qué hay judíos a quienes no les importa el judaísmo? ¿Qué es, en definitiva, el judaísmo? Si es un sentimiento… ¿Cómo voy a hacer para transmitírselo a mis hijos? ¿Podrán finalmente ellos sentir lo mismo que yo? ¿Cómo llegamos hasta donde llegamos? ¿Cuál fue la cadena ininterrumpida que hizo que yo hoy, te esté escribiendo una carta sobre esto?
Sunshine, la película… fue un antes y después. Salí del cine emocionada y te convencí para que la veas. Aquella familia judía húngara fue determinante para mí. Estaba la receta, ese “cuadernillo” de recetas que se perdía, estaba el gobierno de turno, las neocostumbres, el deporte de moda.. y cada día, así, sin darnos cuenta, nos olvidábamos de la receta. Esa receta es la Torá.
La familia Sooneschein, pasó a ser familia Sors: pasaron a ser jueces, deportistas. Pasaron a ser policías. Pero un día despertaron sin rostro… Sólo una pequeña llama, esa “abuela” Emily podía despertarlos… Ella sabía cuál era la receta del tónico familiar. Ese tónico que se tomaba y generaba armonía en el hogar. ¡Vos también volviste emocionada!

Lo sabía… Algo “había que hacer”, pero… “¡¿qué?!”.
Las idas y vueltas de la vida, las constantes incoherencias, me alejaban más y más de mi búsqueda. ¿Quién soy, de dónde vengo y adónde voy?

Hace un tiempo, decidí estudiar Torá. Esta vez intenté no hacerlo simplemente desde el lugar de una búsqueda de conocimiento intelectual, iba en busca de un conocimiento más profundo aún.
Encontré un moré, porque como dicen los sabios, “el maestro llega cuando el alumno está preparado”. Así que le dí para adelante... “¡Jazak Veematz!”, como diría el moré.
Hay noches en que trato de transmitirte lo que estudiamos, pero no siempre es fácil. Es por eso que hoy te escribo.
Hay cuestiones que ni sabemos que existen, pero no por ello, dejan de producir efecto. Desde que estudio Torá, empecé a entender lo que implicaba percibir la realidad, que cada uno la percibe como puede, que no podemos juzgar lo que percibe el otro, y que nunca llegaremos a percibir la totalidad. Pero sí podemos aspirar a ampliar nuestra percepción de la misma, a ampliar nuestra conciencia.

Porque ser judío implica esfuerzo, conciencia y responsabilidad. Tengo, gracias a vos mamá, un legado muy importante en mis manos. Un legado que fue transmitido ininterrumpidamente de generación en generación. Que hoy llega a mí, pero no lo hace pasivamente. Llega con una intención de acercarme a aprehender de mis fuentes, de las bases que constituyeron la esencia de nuestro pueblo. Con la certeza de que, para tener libertad y poder ejercerla, hay que tener límites. Con esa tibia luz que me hace empezar a visualizar lo que quiero para mi futuro, lo que quiero para mi familia.

Este verano pasamos un Shabat juntas, y sé que te es difícil de entender. Tal vez, pensás que son sólo ritos, costumbres sin sentido.
No sabemos todo lo que podemos lograr con una pequeña acción, con un pequeño ejercicio de nuestra voluntad. Vos siempre dijiste que te gustaba el cuento de Eduardo Galeano, donde se cuenta que el mundo es un mar de fueguitos…. Vos me decías que no querés ser un “fuego bobo” que no alumbra, que querés “encender a la gente”, iluminar. Bueno, de esto se trata, de permitir entrar un poco de luz, donde antes había oscuridad. No es fácil, mamá. Por lo que me enseñaron, primero hay que hacer espacio. Por eso me viste limpiar ya dos veces el “jametz” y por eso te insisto en que te deshagas de esas cosas “que no te sirven”. ¡Sabés que no me refiero a lo material! Me refiero las cosas con las que uno “infla” su vida, sus días, sus tiempos.

Sabés, mamá… La Torá no es un libro de historias antiquísimas. Es el legado de nuestro pueblo, es un manantial de vida que nos ayuda a tomar mejores decisiones, en la medida que podamos recibir sus enseñanzas. Sólo hay que activarla. Casi parecido al tema del “ello, yo y super yo” que me explicaste alguna vez. Bueno, se trata de dominar a “ese” que te dice con insistencia: “Rompé la dieta”.

Este año, te fui contando los beneficios del comer casher, que todo va a la sangre, que la sangre irriga al cerebro, y cómo esto influye en nuestra vida. Pudiste verlo y entenderlo y estoy muy contenta por ello. Es también poder separarnos de todo lo que nos rodea, nos quiere esclavizar… y elegir. Ser libres.

Aprendí también, las consecuencias del hablar mal de alguien (“lashón hará”); que las mitzvot son importantes, y que lo más importante es “no hacerle a los demás lo que no nos gustaría que nos hagan a nosotros”. Esto que te suena a frase hecha, es lo más difícil de lograr. Es difícil entender que no todo gira alrededor de nosotros, y tratar de reducir un “poco” ese ego que, para nuestra sociedad, debe ser tan “alto”.
El dar es importante, pero también el recibir. Vos sabes de eso mamá, siempre nos diste tu amor, tu consejo, tu experiencia. Y también siempre estuviste dispuesta a recibir lo mismo de nosotras.
Aprendí en este tiempo que no podemos vivir instaurados en el recibir.
El moré nos dijo una vez : “En hebreo no existe en verbo ser, yo soy cuando hago, por eso decimos: “ANÍ IHEUDÍ”, yo soy judío, pero sólo en la medida que en lo ejercite. En términos legales ordinarios podríamos decir que el judaísmo no prescribe, pero nos puede ir caducando. ¿Qué significa esto?
No prescribe, porque nunca dejamos en términos formales de ser judíos, siempre hay tiempo de retornar a nuestras raíces, a nuestras fuentes y conectarnos nuevamente con nuestra esencia. La caducidad, tiene por objeto que las partes en un juicio impulsen el proceso. Cuando no lo hacen, pierden esa oportunidad, que es única. Y hay que hacer todo de nuevo, perdiendo tiempo y esfuerzo. No podemos dejar caducar todo esto.

Vos siempre decís: “Somos pocos y hacemos mucho ruido”. Pero tenemos que hacer “ruido” del bueno, focalizarnos en nosotros, no perdernos en el abrazo de oso. Somos un gran pueblo, y tenemos que estar unidos como tal. A veces nos olvidamos el concepto de “Am Israel”. Tenemos que tener fronteras, esas fronteras de las que le hablo a papá para explicarle que tiene que respetar tus tiempos. Fronteras en nuestro actuar, en nuestro vestir, en nuestro exigir.

Yo le decía siempre a mi moré que no me gustaban los judíos “religiosos” como yo los denominaba, que usaban esos sombreros y esas vestimentas… tan anticuadas, que conocí a uno que no era tan buen tipo, que, que, que……Simplemente me respondió: “Yo no hablo de lo que los judíos hacen, sino de lo que nosotros tenemos que hacer como judíos”.

Aprendí también lo que significaban cada una de las fiestas en la que nosotros nos reuníamos. Que Pesaj es algo más que juntarnos a hablar de política y comer farfalej con pollo (eso también es lindo, pero podemos hacerlo todo el año). Que seder, significa orden, y que cada uno de los pasos del Seder de Pesaj tiene suma importancia, porque nos enseña cómo planificar un gran “salto” en nuestras vidas.
Vos siempre supiste, que había etapas para dejar atrás, que teníamos que avanzar. Que ser distinto tiene su precio, y que a veces es más fácil y segurizante quedarse donde uno está.
El padre de Abraham era un idólatra y Ds. le dijo “Lej, Lejá..”, ¡Véte! Ser hebreo, hibrí, significa “cruzar el río”, implica el poder pasar al otro lado y animarse a salir. A salir de la esclavitud cuando bajamos a Mitzraim ( Egipto), a salir de la idolatría en la que nos vemos sumergidos día a día. A salir de nuestros inteligentes convencimientos que nos llevan a caer en las mismas trampas. Al “qué más da” que nos inculcan a los jóvenes. ¿Sabías, mamá, que sólo el 20% de los iehudim se animaron a salir de Egipto?.¿Eran esclavos realmente? Por supuesto, pero atravesar el desierto es una experiencia que requiere de mucha fortaleza y convicción.
Ser judío también.
Vos mamá, siempre tuviste esa convicción al criarnos, al educarnos, al desafiar desiertos y tormentas. Vos mamá, nos educaste con criterio.

En este tiempo pude ver otras realidades: he encontrado familias humildes comiendo alegremente bajo una sucá instalada en un pasillo; empleados de traje y corbata leyendo tehilim; comerciantes corriendo tras un ramo de flores para adornar la mesa de Shabat, amas de casa con mucho carácter, estudiantes, cantantes, psicólogos, chicos alegres y otros no tanto. He encontrado actos de bondad y personas que han logrado un gran trabajo interno. Encontré una mujer sabia, encargada de hacer el sutil trabajo de guiarnos en la recolección de “huesos”, la esencia de nuestra búsqueda. He encontrado también grandes legalistas (de la ley judía-halajá), gente simple y jasidim exultantes. También me encontré con mis prejuicios, ¡en especial hacia los sombreros! Pude verlos.


Hace poco empezaste a utilizar el vocablo “mitzvá” al referirte a buena acción. Te ilumina venir y contarme que hiciste “una mitzvá” al ayudar a una niña que lo necesita, por ejemplo. Te escuché aquella vez y vi como irradiabas. Aprendí que las mitzvot sirven para exactamente eso: conectarte con el otro, con los otros, con D´s, y con vos misma, en definitiva. Que simplemente son límites sanos, que en definitiva nos ayudan a ejercitar nuestra libertad.
Rebelarse entonces, no es elegir qué cigarrillos fumar o dónde ir a bailar… Rebelarse es poder comprender, en el más profundo de sus significados: que “todo”, “absolutamente todo” es para nuestro bien. Entender la perfecta y armónica sincronicidad que existe en cada uno de los mundos, que existe aún más allá de los límites de nuestra percepción.

En este tiempo, he reunido algunas partes del gran rompecabeza, he encontrado algunas respuestas a mis preguntas, pero lo más importante es que surgieron otras. Nuevas preguntas que me motivan día a día a continuar en esta búsqueda que me lleva, al comienzo mismo de quién soy.

¡Gracias Mamá!

Tu hija.

silvifain@hotmail.com

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy leyendo esta carta y las lagrimas no dejan de salir de mi.
Que hermosa carta, tan llena de fuerza, que quiero repartirla y compartirla con mi mamá, que es tan parecida a la mamá de Silvia.
Quiero compartirla con mi esposo, con mi papá, con mis hermanas.
Esta carta es un luz mas que se suma a todo el esfuerzo que hace una persona en el proceso de teshuva.
Gracias por incluir esta carta en el blog y gracias Silvia por compartila con todos nosotros, los lectores del blog.
Sigo muy empocionada, muy reflejada en cada renglón.
No me queda mas que decir gracias y seguir llorando pero de emocion , de una hermosa emocion.

Anónimo dijo...

hermosa la carta de silvia!
super emocionante!
seguramente que su madre esta orgullosa de ella!!
silvia: gracias por inspirarme a escribirle a mis queridos padres!

Anónimo dijo...

Cualquier judio que lea esta carta debera sentirse identificado con la experiencia de la autora en su gesta ontologica. Los lectores de este blog concordaran conmigo en que las preguntas son siempre las mismas aunque lamentablemente algunos no quieran, no se animen o no sepan encontrar la respuesta a sus inquietudes existenciales. Esa respuesta no es otra que el manantial de la vida de nuestro pueblo. Felicitaciones a la autora por su habilidad de combinar su testimonio de una forma conmovedora con un enfoque racional y una prosa exquisita.

Rodrigo Sacca

Anónimo dijo...

que linda carta!
me siento muy identificado
con lo que escribe esta persona
acerca de la experiencia de
hacer teshuva.
a veces no es facil y los padres
se ponen en contra. como yo escuche alguna vez: " que antiguedad" "si yo te crie en libertad.. para que queres todos esos limites"....

Anónimo dijo...

Preciosa la crata!!! realmente te felicito!! Es un acto de gran valor hacer loque hiciste!! sigue adelante que es un orgulo para Bore olam!!
Tizqui Lemitzvot por publicarla!!

Anónimo dijo...

¡me emocionó mucho la carta!
y me inspiró a escribir también yo una...