29.6.09

La Torá y tu profesora de Yoga

BS'D
No tengo nada contra el yoga. Me encanta el yoga. Hice yoga. Pero me parece que muchas veces lo que viene de afuera nos parece exótico, atractivo, profundo. Sin embargo, el judaísmo y la riqueza de nuestra herencia no la valoramos.

Tu profesora de Yoga lleva una dieta naturista.
Te parece muy bien que quiera mantener el cuerpo y el alma en armonía.
Un religioso come casher.
No entiendo qué tiene de malo una hamburguesa con queso.

Tu profesora de Yoga no tiene televisión en la casa y no le deja a sus hijos tener juguetes violentos.
Qué bien como se preocupa por inculcarles cosas sanas a sus hijos desde chicos.
Un religioso no tiene televisión.
Es un atrasado que vive aislado del mundo.

Tu profesora de Yoga medita todas las mañanas 1 hora.
Es admirable la disciplina que tiene. No hay nada como empezar el día así.
Un religioso se pone todos los días Tefilín.
Pobre, tiene que levantarse más temprano para eso.

Tu profesora de Yoga práctica el sexo tántrico.
Qué increíble, hasta en las relaciones íntimas tiene presente la parte espiritual.
Una pareja de religiosos cuida las leyes de Taarat Hamishpajá (pureza familiar).
¿Qué? ¿Acá también me dicen lo que tengo que hacer?

5.6.09

Mi primer shiur

BS'D
Cuando me invitaron por primera vez a estudiar Torá dije que sí. Si no puse ningún tipo de reparo fue porque la invitación llegó en el momento justo. Hacía tiempo que quería saber qué era el judaísmo. y no me sentía cómodo con mi laicismo. Me refiero a que no lo sentía una elección. Tampoco estaba conforme con mi manera de hablar sobre la religión. Las frases como "soy judío pero sólo por el apellido", "creo en D´s pero no en sus representantes", merecían una búsqueda más profunda.

Me pareció justo estudiar las religiones antes de descartarlas y declararme agnóstico o ateo. Sin saber demasiado ya tenía una opinión formada sobre el judaísmo y me daba la sensación que el budismo tenía mejor prensa. En el momento en que estaba por empezar una búsqueda autodidacta en el budismo (de hecho había leído un libro de Borges sobre el tema) me llegó la invitación para estudiar Torá.

No estoy seguro si esto fue lo que pensé en ese momento o son conclusiones que saco después pero, en forma conciente o no, me pareció que si iba a hacer una búsqueda espiritual lo más honesto era empezar por el judaísmo. Soy judío. Mis padres son judíos. Mis abuelos eran judíos. Antes de darle la espalda a toda esa historia necesitaba saber qué era lo que estaba dejando atrás.

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Mi educación fue laica. Nunca fuimos de ir al Templo para las fiestas ni tenía sobre mí el mandato de casarme con una (buena) chica judía. Antes de estudiar Torá yo estaba dispuesto a hacerme católico, budista o musulmán. Mi postura era darle prioridad al judaísmo pero si había otra religión mejor (mejor en el sentido de verdad, espiritualidad y sabiduría) nada me obligaba a quedarme con el judaísmo.

Lo único que pregunté antes de ir a estudiar Torá era cuánto salía. Para mí, ir a estudiar judaísmo era como tomar clases de inglés o filosofía. Llegué al templo sin esta seguro sobre lo que iba a encontrar. Tenía la sensación de que iba a vivir una situación pintoresca más que un cambio en mis hábitos y creencias. Algo así como una anécdota divertida que luego podría contar en una reunión de amigos.

Cuando llegué estaban rezando. Me detuve en la puerta de la ieshivá, el lugar de estudio. Con mi actitud intenté transmitir el siguiente mensaje: yo no rezo pero respeto a los que lo hacen. Una vez que el rezo finalizó entré. No conocía al Rab y no sabía cómo iba a hacer para reconocerlo. Al final, él fue el que se acercó a saludarme. Debo haber sido la única cara nueva.

Nos sentamos en una mesa y empezamos a charlar. Pasaron unos minutos y lo primero que me llamó la atención era que el Rab parecía tener todo el tiempo del mundo. La clase, si era necesario, podría extenderse por varios días.

Mientras escuchaba hablar al Rab pensaba en la batalla que se presentaba frente a sus ojos. El Rab tenía ante sí un inmenso desafío: no sólo demostrarle a un joven laico la existencia de D´s (algo en lo que podría llegar a estar de acuerdo) sino que además había que ponerse tefilín. Me intrigaba su abordaje. ¿Cómo iba a hacer para que un joven laico se colocara tefilín o decidiera comer kasher? ¿Acaso íbamos a tener un debate filosófico sobre la existencia de D´s? No. No fue una discusión acalorada donde dos formas de vida se debatían sobre una mesa.

Me gustaría recordar hoy qué fue lo que se habló en esa clase pero no lo consigo. Sólo consigo recordar una leve sensación de euforia y una voluntad de seguir escuchando. El Rab daba su clase, yo hacía preguntas. Así avanzábamos. En la clase sólo estábamos el Rab y yo.

-¿No viene nadie más? –le pregunté.
-Sí –me dijo- en general viene más gente.

En un hecho, si se quiere milagroso, fue la única vez que pude tener una clase solo con el Rab. Creo que los cimientos de esa clase todavía repercuten en mí de alguna manera. Salí de allí entusiasmado. Me acerqué porque quería leer la Biblia, saber de qué se trataba. Pero las razones más profundas eran que quería saber quién era yo. Para eso necesitaba saber qué era el judaísmo.

Había entrado como un judío laico y salí como un judío estudiante de Torá en estado potencial. Es decir, si tenía la voluntad y la constancia tenía ante mí la posibilidad de acceder a un Rab. No me fui con la sensación de un cambio abrupto o de un quiebre en mi vida. Pero me fui con ganas de seguir estudiando y preguntando. Me fui con ganas de seguir conociendo la Torá y seguir conociéndome a mí mismo.

Leandro Katz