Judaísmo no es una religión
Si revisamos la definición de religión en cualquier diccionario dice “culto que se tributa a la divinidad”, connotando una suerte de pago que se realiza hacia Di´s. Sin embargo, en el judaísmo todas las mitzvot (mandamientos) que se realizan son para el beneficio del ser humano, no son ningún tributo a la divinidad. Los sabios místicos dicen en el Zohar (el nivel más profundo de interpretación de la Torá) “no son 613 mandamientos, más bien son 613 consejos para el bienestar del ser humano en este mundo y en el mundo venidero”
Judaísmo no se basa en la fe
No hay nada más ajeno al judaísmo que conceptos como “actos de fe”, “dogmas” y “axiomas”. Hay un dicho popular que versa “creer significa no saber”. Cuando alguien dice “yo creo en Di´s”, no hay certeza. El judaísmo no pretende que la persona acepte a priori sin ningún cuestionamiento la existencia de Di´s y que la Biblia es sagrada, y hay una cantidad de referencias que hacen alusión a esto. El Rambam, Maimónides, en su obra cumbre el “Mishne Torá”, empieza diciendo: “El fundamento de los fundamentos y la columna vertebral sobre la que se reposa el Judaísmo es el daat”(el daat es un verbo que se refiere al ejercicio racional como método del conocimiento). Por lo tanto el objetivo es saber que Di´s existe y nunca creer ciegamente. Entonces llamarlo “una cuestión de fe” al judaísmo es desmeritarlo, cuando lo que pretende es que el ser humano analice racionalmente la existencia de Di´s, así como las evidencias de tipo científicas del origen divino de la Torá, y de ningún modo que acepte al judaísmo como dogma.
Ahora vamos a ajustar nuestros lentes para introducirnos en otro punto crucial que funciona como disparador de prejuicios en profesionales que no poseen un conocimiento serio de Torá ni un entrenamiento adecuado.
Esto lo encontramos en los recovecos más íntimos de la subjetividad del psicólogo; es decir, en su sistema de valores y creencias personales. Estos factores entran en juego cuando el profesional al tomar contacto con un paciente observante se encuentra frente a una persona que posee una cosmovisión casi diametralmente opuesta a la propia. Esto naturalmente le dispara una serie de pensamientos y emociones ambivalentes.
Toda esta dinámica de consonancias y disonancias se multiplica cuando el profesional es judío, ya que se suma un elemento identificatorio importante que le resuena en su interior: “¿Acaso él es más judío que yo?” “Si él tiene razón en su modo de vida…¿ entonces yo estoy equivocado?”
Estos elementos se tornan muy obstaculizantes para el profesional, que si bien sabe a escala teórica que debe reconocer y trabajar estas emociones y pensamientos, en la práctica se torna sumamente ingobernable.
Además, al profesional nutrido de las diversas corrientes psicológicas que surgieron en occidente, en un mundo cada vez más globalizado, homogeneizado y uniformado en cuanto a valores, creencias y modos de vida, le resulta a veces imposible distinguir los parámetros de normalidad-anormalidad, salud-enfermedad implícitos en las teorías psicológicas.
Estas confusiones se deben en gran medida a que en los manuales psiquiátricos (D.S.M IV) utilizados como modelos para clasificar los trastornos mentales, se apoyan en valores que están determinados por un factor cuantitativo; esto quiere decir que lo común y mayormente aceptado para la época, se asocia directamente con lo “normal”. Para poner un ejemplo, el caso de la homosexualidad es muy ilustrativo; en ediciones anteriores de los manuales se la clasificaba como una disfunción sexual, pero cuando la población “estándar” (el consenso social) ya no la interpreta como algo negativo, entonces deja de figurar en las nuevas ediciones del manual como una perversión y pasa a ser una elección posible y sana.
Siguiendo esta línea, si un paciente observante se presenta con alguna de estas cuestiones dilemáticas, el terapeuta no entrenado considerará como valores y patrones “normales” los que son estándares corrientes en el momento presente y “anormales” o “inadaptados” los que se desvíen de esos parámetros. Por lo tanto naturalmente el tratamiento estaría direccionado por determinados valores actuales, muchas veces contrarios a la Torá. Lo que es necesario e interesante recalcar es que estas consideraciones realizadas por el terapeuta son efectuadas de un modo inadvertido, ya que le otorgan significado a la realidad de acuerdo a sus mapas mentales arraigados y cristalizados en su persona. De ahí surge la dificultad para no quedar encandilado por los propios prejuicios al vincularse con un paciente observante.
3- Prejuicios de los observantes hacia la psicología
Los prejuicios y estereotipos que suelen tener en la comunidad observante se dividen en dos grupos. El primero se caracteriza por descalificar tanto a la psicología como a los psicólogos y el segundo grupo considera que no es necesaria la psicología.
Primer grupo:
“Los psicólogos están en contra de la Torá”
“No mandamos gente a los psicólogos porque los hacen dejar de cumplir Torá”
“Freud era un pervertido y todas sus teorías son kofrut” (enemigas del judaísmo)
En primera instancia, se puede decir que todos estos prejuicios están sustentados por un desconocimiento o en un entendimiento distorsionado de las teorías psicológicas. Por eso para derribar estos falsos supuestos es necesario arrojar luz sobre algunos lineamientos generales de la psicología en general.
Más allá de definir cómo las distintas teorías psicológicas (Psicoanálisis, Cognitivismo, etc.) conciben al ser humano, y si a partir de ello entran en conflicto con la Torá, o no; vamos a eludir esa cuestión dejándola para un futuro análisis, y abordaremos directamente lo que ocurre en la práctica clínica.
Las técnicas de tratamiento psicológico son, como lo sugiere el nombre, herramientas de trabajo y por lo tanto no tienen la intención de transmitir o impartir valores morales. Los terapeutas tienen instrucciones precisas de no anteponer sus valores personales a los del paciente y de tomar como referencia los modos de vida y hábitos propios de la comunidad en la cual el paciente está inmerso. Por lo tanto, vemos que a priori no se presenta ningún conflicto entre la psicología y la Torá.
Los conflictos pueden presentarse cuando el terapeuta pierde la neutralidad (posiblemente por los motivos descriptos con anterioridad) y comienza a introducir valores personales en la terapia. Por ejemplo si un profesional atiende a un baal teshuvá (retorno a los valores tradicionales de la Torá) y éste le comenta que decidió no mantener relaciones íntimas hasta el matrimonio, el terapeuta no debería calificar esta costumbre como “extremista”, ni buscar las causas de este hábito en un supuesto “conflicto sexual no resuelto que lo condujo a una inhibición severa”, sino más bien debería acompañar a su paciente en su camino elegido. Pero lo importante de subrayar es que a pesar de escucharse casos como estos, no son un argumento suficiente como para sostener la incompatibilidad entre la psicología y la Torá, ya que se tratan de errores cometidos por los psicólogos y no por la psicología en sí misma.
Por eso es necesario siempre hacer esta distinción y no confundir a la psicología (como ciencia) y el proceder, a veces equivocado, de algunos psicólogos.
Una vez superados estos puntos que aparentaban presentar roces, podemos dar un paso más y acercarnos al segundo grupo de prejuicios.
Aquí se desestima a la psicología tildándola como innecesaria, por ejemplo:
“La mejor psicología es la Torá”
“Si uno sigue la Torá no debería necesitar un psicólogo”
“No tiene ataques de pánico, lo que tiene es poca emuná”
Para derribar estos prejuicios, es necesario adentrarnos en lo que dicen las autoridades actuales con respecto a cuándo de debe consultar a un profesional en psicología. Tal como lo explica el Dr. Rab. Twersky, una de las figuras más reconocidas sobre psicología y Torá, en su libro “Hagamos un hombre” (Ed. Yehuda, Bs.As. 1996) “El hecho de que la Torá exija que uno busque tratamiento competente para las enfermedades significa que aunque recemos a Di´s pidiendo ser sanados, no debemos descartar la ciencia de la curación común. La enfermedad psicológica no es una excepción y cuando existe una enfermedad emocional legítima que puede responder a un tratamiento adecuado, debe optarse por este último”.
4- Conclusión
Hemos expuesto los mitos, estereotipos y prejuicios que con mayor frecuencia se presentan de uno y otro lado; enunciamos la hipótesis de que éstos se originan en gran medida por falta de conocimiento o por modos inadecuados de comprender determinados aspectos claves de ambos campos. Luego tratamos de introducir la información necesaria para encontrar perspectivas alternativas que permitan superar los supuestos “conflictos”. Así pudimos dilucidar que no se trataban de “conflictos”, sino más bien de una profunda ignorancia nunca advertida por las partes.
*Licenciado en Psicología Universidad de Bs. As. Terapeuta del Centro Neshama y de Guemilut Jasadim