10.5.09

Mi primer Shabat

BS'D
No recuerdo cómo fue la invitación pero, tarde o temprano, el Rabino con el que estudiás te invita a su casa en shabat. Es algo que sucede. Era un viernes a la noche en un horario demasiado temprano para una cena. Los religiosos comen a la misma hora que en Estados Unidos, pensé. Tenía que ir directo desde mi trabajo e incluso así no llegaba a pasar por el Templo. Así que fui directo a la casa del Rab. Mi contacto con judíos ortodoxos hasta ese momento era nulo. Temía sentirme incómodo presenciando una serie de ritos que desconocía. Una amiga me recomendó que pensara que estaba en una película. Así que ahí estaba yo, haciendo de Harrison Ford en “Testigo en peligro” teniendo que pasar una noche con gente que viste de negro y no enciende luces en shabat. Todo lo que sabía de shabat en esa época era que no se podían prender luces, viajar ni tocar plata. Planteado así, me sonaba bastante absurdo. No sabía cuan estricto sería el Rab con estas cuestiones y me preguntaba si en el siglo XXI seguiría existiendo gente que cumplía con estas costumbres.
Llegué con mi bolso, un morral que había comprado en un reciente viaje a Jujuy.

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Entre otras cosas, no sabía bien qué quería decir que no se podía cargar. El Rab me ofreció dejarlo en uno de los cuartos. Primero me dijeron que tenía que hacer el lavado de manos. Uno de los invitados me ayudó a decir la brajá que yo repetía palabra por palabra. Nos sentamos a la mesa a comer. Éramos una pareja que se estaba por casar, el hermano del novio, una señora de unos 70 años, el Rab, su esposa, sus 9 hijos y yo. La mesa estaba bien servida. Mientras comíamos también se conversaba. No recuerdo todo lo que se habló ese día. Alguien preguntó sobre el motivo del Holocausto y el Rab dio una respuesta acorde al contexto. Yo me limitaba a escuchar. Todo el tiempo temía decir o hacer algo inapropiado. Quería participar en la conversación a toda costa. Esto es algo que sabe cualquier tímido: si no hablaste al principio cada vez se te hace más difícil abrir la boca. Y, de pronto, el Rab empezó a cantar. Nadie me lo había advertido. Yo no estaba preparado para eso. No sabía qué actitud debía tomar. ¿Escucharlo? ¿Llevar el ritmo con la mano sobre la mesa? ¿Aplaudir? ¿Cantar? Pero si no conocía la canción. Me sentía incómodo. Quería que el momento de las canciones pasara pronto y siguiéramos comiendo. Alguien me alcanzó un pequeño libro en hebreo. Allí estaban las letras de los temas. Yo no sabía hebreo así que me concentré en mirar la forma de las letras. Había palabras cortas y palabras más largas. Como en cualquier idioma.
Una vez que terminaron de cantar seguimos comiendo. Se habló de la inseguridad y de los asaltos en los cajeros automáticos. Ahí fue cuando encontré la oportunidad de decir algo: sí, dije, te roban a las 12 menos 1 porque a las 12 te vuelven a habilitar el monto diario. No sé de dónde saqué ese dato. Lo más probable es que lo hubiera inventado. Pero, en forma un poco forzada, había logrado meterme en la conversación. En seguida me refutaron, yo asentí con la cabeza, y se empezó a hablar de otra cosa.
Si uno no los contaba no se podía advertir que en la mesa había 9 hermanos. Y que la mayoría eran varones. Siempre que escuchaba que los religiosos tenían 10, 11 hijos me imaginaba una situación ingobernable. Una revolución infantil que había arrasado con todo el departamento y disfrutaba su victoria colgándose del techo y haciendo guerras de comida. La otra opción era la rigidez militar. Una disciplina impartida con rigor había conseguido domar a esos niños que permanecían mudos, sin moverse de sus sillas durante todo el tiempo que duraba la comida. La casa no era ninguna de las dos cosas. Había cierta naturalidad en los movimientos. Es decir, ellos estaban acostumbrados a ser 9 hermanos. Uno de los chicos se tiró a dormir en el sillón en medio de la cena. Otros 2 charlaban entre ellos. Uno intentaba captar la atención del padre con preguntas. No sé explicarlo mejor pero lo que yo vi es que había orden y fluidez.
La cena terminó y sirvieron el postre. Al principio creí que nunca iba a lograrlo pero a esa altura ya estaba más relajado. Una vez que terminamos de comer nos dieron un pequeño libro para rezar el agradecimiento para después de las comidas. Volví a mi actitud de mirar las palabras en hebreo. Había escuchado que la Cábala se basa en el valor numérico de las letras y en palabras que se repiten en distintos contextos para encontrar nuevos significados. Cuando el Rab pasó a retirar los libros le pregunté por qué una palabra se repetía en otro lugar. El Rab hizo un gesto de asentimiento y tomó el libro. Me había puesto a buscar los códigos secretos de la Biblia en lo que, luego me enteraría, era el Bircát Hamazón.
Fui a buscar mi bolso y el Rab me acompañó hasta la puerta. No salí de allí pensando que quería hacerme religioso (¿qué es hacerse religioso?). Tampoco me fui pensando en no volver nunca más. No creo que uno tome decisiones tan extremas. Seguí estudiando. Volví a ir varias veces más a la casa del Rab. Conocí otras casas. Shabat me empezó a gustar y con mi esposa (mi novia en ese momento) decidimos que el sábado se transforme en shabat. Recibimos gente, no andamos en auto ni prendemos la luz, decimos el bircát hamazón y, si bien mi hebreo sigue siendo muy rudimentario, si los invitados me encuentran inspirado hay una canción de shabat que suelo tararear. Pero no voy a decir cuál. Tienen que venir a casa.

Leandro Katz

9.5.09

¿Qué hacemos con los pantalones?

Gracias Ester por enviarnos este artículo. Vos también podés enviarnos tu historia personal (cómo hiciste teshuvá, cómo fue empezar a cumplir shabat, qué conflictos tenías o tenés y cómo los resolviste). Mandanos un mail a: leoymatitiau@gmail.com.

Es un tema. Somos mujeres "modernas", con muchas actividades, que necesitamos estar cómodas durante todo el día. Estamos super archi recontra acostumbradas a usar pantalones de la mañana a la noche los 365 días del año.

En mi caso, empecé a usar polleras los días que iba a algún Templo a escuchar una charla de Torá. Reformé algunas polleras que eran de mi suegra y traté de adaptarlas a la moda de esta época. Cuando volvía a casa me sacaba la pollera y la
cambiaba por lo clásicos pantalones.

Más de una vez me llevaba una pollera en la cartera para poder ir directo del trabajo a escuchar a algún Rabino.

Luego empecé a ir en forma fija los miércoles a escuchar a la mora Ruty y los sábados a escuchar al Rab Serruya. Esos pasaron a ser mis días de pollera. Sentía que no me disgustaba vestirme así pero era algo que hacía sólo por obligación.

En realidad, miraba a las mujeres que usaban pollera constantemente y pensaba: ¡Qué lástima que no es mi estilo! ¡Si me sintiera cómoda usando pollera todo el día yo también podría hacerlo! Pero mi "estilo" era otro. A pesar de no ser tan joven porque tengo 54 años, me gusta estar moderna y elegante.

Así que en mi vida yo iba adaptando mi gusto a lo que aprendía en los cursos sobre shabat, lashón hará, kasher. Pero los pantalones no me los toquen, ¡son tan cómodos!

Y eso que la pollera tiene un montón de ventajas. Es más elegante, más femenina, no marca nada que no se debe marcar y hasta disimula las imperfecciones del cuerpo. Yo sabía todo eso, pero era difícil adoptarla como definitiva.

Igual, decidí que por algún lado tenía que empezar y empecé por algo que sentí que podía sostener. Regalé los pantalones muy apretados y sólo usaba los flojos con remeras o sweters largos que me taparan un poco.

Eso sirvió un tiempo pero sentía que por querer estar en dos lugares al mismo tiempo terminaba por no estar en ninguno. Además, y esto es lo increíble, me sentía mejor cuando me ponía una pollera. ¡No puede ser! –me decía-. Yo, que cuando me reunía con familiares o amigas que no eran del Templo me ponía pantalones para no desentonar y "ser como ellas". Yo, la que no quería ser llamada un bicho raro. Sí, yo fui la que de repente, un día, se puso una pollera delante de todos.

Ojo, uno de los factores que me ayudó fue que compraba polleras que me gustaran y no volví a comprar un pantalón. Tenía más ganas de sentirme bien vestida con algo nuevo que de usar lo viejo. Poco a poco fue disminuyendo el porcentaje de pantalones del placard y aumentando el de polleras.

Estuve un tiempo haciendo tefilá en pantalones sabiendo que Ha-shem nos sabe esperar. Él sabe que tenemos una meta pero que no podemos hacer todo junto y en Su inmensa bondad nos entiende y nos tiene mucha paciencia. Y, de a poquito, lo estoy logrando entender. No podemos vestirnos igual que los hombres porque somos distintas en todo: física y espiritualmente.

Y, también, porque la mujer judía tiene que ser elegante. Una vez una amiga me dijo: se puede ser religiosa y moderna. No tenemos que afearnos para vestirnos con recato. Muy por el contrario, podemos estar mucho mejor que antes y, además, vamos a tener la inmensa satisfacción de sentir que estamos haciendo lo correcto.

No tengan ninguna duda que esa decisión nos va a dar mucha beraja para nosotras y para toda nuestra familia.

Quiera Bore Olam que todas podamos seguir Sus caminos siempre con alegría, sin tener que pasar pruebas que sintamos que no podemos superar y que podamos hacer todo con confianza y fe en Ha-shem, que es el que nos da todo lo que tenemos.

Ester